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Es de agradecer para la vista de cualquier melómano,  encontrarse una sala de eventos, como el Kafé Antzoki de  Bilbao, llena a rebosar un lunes  para presenciar un concierto de rock. Eso debería ser lo más normal  cuando los músicos que actúan son de la altura de The Winery Dogs. Pero también  debería ser algo habitual, asistir a cualquier tipo de concierto en directo a  pesar de que no conozcamos el nombre de los artistas en cuestión y, brindarles  nuestra “contemplación desinteresada”. Una práctica muy habitual en cualquier  pub irlandés, por poner un ejemplo.
  Nunca sabe uno exactamente la sorpresa que se puede llevar  en un concierto, y mucho menos cómo le pueden llegar a sorprender los “artistas  invitados”. Una muy grata sorpresa fue la que nos dieron unos teloneros que se  adelantaron a la hora acordada, posiblemente para poder tocar con tranquilidad  su set list de unos 45 minutos.
  
Se trataba de una banda inglesa con guitarrista sueco, que  venía a presentar un primer disco que todavía no ha visto la luz. Será el 19 de  Febrero. Su nombre: Inglorious. La verdad es que en directo consiguen atrapar  al espectador, sobre todo a los más acostumbrados al rock de los 70 o al heavy  rock de los 80 del estilo de Whitesnake o Aerosmith.
  Con un sonido y unas luces que les arroparon, pudieron  interpretar temas de su inminente trabajo. Tocaron “Until I Die“, “Breakaway“,  “High Flying Gypsy“, “Bleed For You“, “Warning“, “You´re Mine”, no sin antes  haberse ganado la atención del público desde los primeros momentos, con una  versión del himno de los Rainbow de Richie Blackmore, “I Surrender”. Y esta no  fue el único cover de la cosecha inglesa de Blackmore. Rescataron “Lay Down,  Stay Down“ del brillante “Burn” de Deep Purple.
 
  Para cuando acabaron con sus dos últimos cortes, “Girl Got A  Gun” y “Unaware“, ya nos habíamos percatado de que entre las correctas seis  cuerdas de Wil Taylor y Andreas Eriksson, el acertado bajo de Colin Parkinson y  la adecuada batería del zurdo Phil Beaver, destacaban claramente las rutilantes  cuerdas vocales de Nathan James, independientemente de que haya formado parte  del circo anglosajón de “The Voice” o “Superstar”. Nathan es un frontman que no  dudó en acercarse al hall de la sala, donde tenían montado el stand de  merchandishing, para saludar a los que allí se acercaron, dejando a un lado  cualquier tipo de ego.
  
  Si los teloneros salieron antes de tiempo, The Winery Dogs  se hicieron de rogar. Pero su aparición hizo olvidar cualquier espera cuando arrancaron  con “Oblivion”, el primer tema de su último álbum. Una composición abarrotada  de energía por los cuatro costados.
 
  
  Siguieron con otro de su último trabajo, “Captain Love”,  poniendo velocidad de crucero hacia un recital que apuntaba a ser rememorado. A  continuación sería “We Are The One”, de su primer larga duración, el que  sonaría. Un disco que para muchos es el más consistente de los dos  grabados por este supergrupo que mantenía las cabezas del público recorriendo  el escenario de derecha a izquierda como si lo que estuviéramos contemplando  fuera un torneo de tenis, con la gran diferencia de que los que ocupaban las  tablas jugaban en el mismo equipo de ases del hard rock, sin competición por  medio.
  El power trio prosiguió con el corte homónimo de su último  disco “Hot Streak”. Hay algunos que aseguran que “por mucha técnica y virtuosismo  que destilen, sin temazos no son nada”. Pues bien, este es un TEMAZO con  mayúsculas. Jazz fussion, hard rock, funk,… de quitarse el sombrero. Bfff!!
  Billy Sheehan se mostró pletórico y frenético. Conectando en  todo momento con el público en cada instante que se acercaba a las primeras filas  con su bajo, sin dejar de llegar al micrófono para formar con el resto de la  banda unos coros perfectos. Mike Pornoy, al igual que su veterano compañero  Sheehan, no dejó de levantarse una y otra vez de entre los tambores para  saludar al gentío. Desde los que se encontraban más cerca hasta los que  presenciaban el tremendo recital desde el balcón y las escaleres. Más  introvertidó se mostró Richie Kotzen. Más concentrado en las composiciones y  las letras quizás.
  
  Tras “How Long” del último a “Time Machine” del primero. De ritmos  rápidos a medios tiempos sin apenas despeinarse. Contando en esta última con el  apoyo en las voces del respetable en el pegadizo estribillo.
  “Empire” sonaría seguidamente recordándonos mucho a los  Cream o a Hendrix. Muy bluesera pero con mucha fuerza en directo. Además de los  solos de Kotzen, las voces tañeron de una manera que solo un vocalista de su  taya lo puede hacer. Sería él el que centraría las miradas en el siguiente  corte, “Fire”, que serviría para frenar un poco la locomotora que nos había  pasado por encima y crear un punto de inflexión con sonidos más acústicos y  suaves, pero siempre repletos de virtuosismo.
 
  
  Los ritmos lánguidos se tornarían poco a poco más movidos  con “Think it Over”, pero manteniéndose en una tesitura de relax, tomando Kotzen  los mandos del Wurlitzer, para conseguir con este teclado eléctrico unas  sonoridades más soul con la ayuda de los coros del trío cantando de manera muy  entregada. Remataría el ex baterista de Dream Theater con un solo de batería  bastante recatado, sin necesidad de demostrar nada que todos ya tenemos claro.  Un dominio de su instrumento más que innegable. Serviría este solo para  empalmar con el inicio, también con batería a secas, de  “The Other Side” de una manera muy ingeniosa. 
  
  Si Portnoy había hecho su solo de una manera sencilla, en  comparación con lo que nos tiene acostumbrados, no fue el caso del bueno de  Sheehan, que se marcó una demostración de todo lo que se puede hacer con las  cuatro cuerdas que dejó boquiabierto a más de uno. Utilizando mil y una  técnicas pero sin perder la continuidad de su solo, además de no dejar de  transmitir cada nota que tocaba ante un público ojiplático.
 
  
  “Ghost Town” sería la siguiente en un set list repartido muy  equitativamente entre los dos discos que The Winery Dogs tienen en su haber. Un  tema lleno de melodía tanto en cuerdas como en voces que sería previo a otro  corte más relajado como es “I’m No Angel”. 
  La canción con la que se dio a conocer este power trío, “Elevate”,  sería el elegido para dejar perplejos nuevamente con Portnoy recorriéndose el  escenario a golpe de baqueta y hacer una pequeña pausa antes el bis de rigor,  nuevamente con Richie al teclado en un plan más bluesero, de la mano de “Regret”,   en la que la voz de éste y la destreza  con el fingerpicking con el que hace hablar a su Telecaster, ganarían  protagonismo,  para deslizarse hasta el  final del recital con “Desire” en un tono más rockero americano que es la esencia  que más les vincula todos ellos.
  
  Terminarían en un estruendo final con Mike Portnoy golpeando  la batería incluso con el asiento, y Sheehan tomando prestada la  mano de uno de los asistentes más cercanos al escenario para hacer sonar las  últimas notas de su bajo.
  
Fue, en conclusión, más de lo que algunos nos esperábamos.  No solo virtuosismo, no solo técnica, no solo alardeo y malabarismos. También  buenas canciones, precisas composiciones,  grandes melodías, mucha diversión e incluso fraseos  difuminados sin buscar la nota perfecta en todo momento. Algo que denota la  esencia del rock y el blues: no importa que dejes de tocar alguna nota de la  frase, si terminas haciendo entender y transmitir su mensaje final. La mayoría  lo entendimos: lo pasamos genial. Y al parecer ellos también pues prometieron  volver. El que no tuvo la oportunidad de ver a The Winery Dogs, no debería perdérselos  en la próxima ocasión.

